Debo agradecer a la gente que se ha tomado la molestia de leer los post de este blog. En realidad lucho con el tiempo que me queda para sentarme y escribir. Lo importante es que me siento sumamente estimulado por sus observaciones y sus críticas, pues como anuncié desde en el primer post no voy a dar conclusiones, sino propuestas y revisiones sobre aquello que no me convence del todo. Es cierto que escribo con el hígado, con las vísceras, con el corazón, con el apasionamiento con que escriben los buenos narradores y los buenos poetas; yo no pretendo elevarme como un académico que escribe impecables artículos letrados (no lo soy), ni tampoco con la falsa imparcialidad-objetividad del periodista. Esto está escrito en fácil y sí, pretendo ser polémico pero no en el sentido de la estéril magalyzación chismorreica del espectáculo. Lo que yo quiero es cuestionar los discursos que solemos cacarear con respecto a nuestra condición de homosexuales.
Este es un post que va a integrar algunas polémicas que están dispersas en el blog, en gaysperuanos.com, en mails y en el Facebook de Don Mattos. En general son ideas que nacen de las preocupaciones de personas que no están de acuerdo con mis “ideas fascistas” que “desunen la lucha contra la sociedad hostil que no deja a los gays ser felices” (cito dos mails). Me ha sorprendido ese tufo abiertamente intolerante desde sectores que proclaman precisamente la tolerancia como su bandera. Es gracioso que se intente censurarme por ser la disidencia dentro de la disidencia, por ensayar ideas “inoportunas”, “desagradables” a sus ojos. La pregunta es: ¿quién ha definido qué es oportuno e inoportuno? ¿Por qué mis ideas son más inoportunas que las de otros?
Lo primero que debo decir es que yo no hablo en representación de nadie. No hablo a nombre de los gays, tampoco a nombre de los gays de closet, ni siquiera de los varoniles. Hablo desde mi subjetividad y mi contexto, desde mi percepción del mundo, desde mis intereses. No creo en propuestas universalistas y estáticas, pues estas siempre niegan la heterogeneidad. Lo primero que he hecho es diferenciarme de los homosexuales que marchan en el gay pride. Este es un tema candente que me encanta y que voy a abordar con más fuerza a continuación (sí, una vez más). Empecemos por algo innegable: no somos iguales, no tenemos los mismos intereses, no tenemos la misma conducta: es una realidad que los homosexuales varoniles estamos mucho más integrados a la sociedad heteronormativa (conseguimos los mismos trabajos que los heterosexuales, vestimos la misma ropa, frecuentamos en buena cuenta los mismos espacios, etc.) y estamos bastante cómodos ahí. La sociedad heteronormativa está compuesta de muchos de nosotros, nos necesita, y eso se empieza a notar seriamente. También se puede decir de otra forma: es más fácil aceptar a un homosexual después de conocerlo en otros aspectos, como en el laboral, después de que has probado que eres tan valioso o tan necesario que un hetero. Después dices “ah, por cierto, soy gay” y nadie se alarma. Los tiempos han cambiado, muchachos, y eso que les cuento es mi propia experiencia en mis épocas universitarias. Ahora bien, no es el caso de un homosexual no varonil, que lamentablemente encuentra muchas más dificultades para estar integrado al sistema y que, para mi sorpresa, se caricaturiza como una especie de payaso de circo cuando sale a marchar en el gay pride: sí, señores, esa no es una forma efectiva de que la sociedad los respete y los tome en serio… Sigo pensando, como entenderán, que el gay pride es una forma de ponerse la pistola en la sien, es decir, es la manera en que los gays no varoniles se caricaturizan y perpetúan los estereotipos groseros de Paolín-lin-lin o la loca Carlota. Digámoslo más fácil: ¿a ojos de un heterosexual, qué diferencia a un drag queen o una loca del gay pride de la loca Carlota de Lima-limón? Ahí tenemos una diferencia enorme entre homosexuales varoniles y no varoniles, cuya consecuencia es la diferencia de intereses. Sí, somos diferentes y sí, tampoco buscamos lo mismo. Por lo tanto, la manera de integrarse a la sociedad y no ser discriminados va a ser diferente. En el caso de los gays varoniles no creo que haya mayor problema o necesidad alguna de participar en esa marcha circense: nosotros estamos mucho más integrados a la sociedad heteronormativa y, sobre todo, somos tan necesarios en ella como cualquier heterosexual. El problema, claro, está para los gays no varoniles, ellos sí que tienen un problema difícil de resolver: ¿cómo se van a integrar reproduciendo precisamente el mismo estereotipo que origina que no los respeten? En lugar de estar haciendo circenses e inútiles marchas (y contraproducentes, nada menos), deberían emprender acciones efectivas. Una clara manera de poner esto en práctica ocurrió hace poco: la elección de autoridades políticas. Es increíble (y diría hasta inverosímil) la cantidad de homosexuales que votaron por Lourdes Flóres, lideresa del partido más conservador y homofóbico que tenemos. Lo más grotesco es que a la hora de intercambiar ideas estas personas que votaron por el PPC no pasaban de repetir el berreo mediático en contra de Susana Villarán, quien por cierto tiene unas ideas mucho más abiertas con respecto a los derechos de los homosexuales. Si no presionamos a las autoridades políticas con acciones concretas como el voto, ¿entonces cómo diablos vamos a hacer que las cosas cambien de verdad?, ¿cómo vamos a obligar a esos partidos conservadores a moderar sus maneras coercitivas de negar derechos? Una patética marcha de circo no sirve de nada, ¿dónde están los resultados de sus grandilocuentes marchas?, ¿dónde están esos cambios sustanciales? Si ha habido cambios, y de eso estoy seguro, no ha sido por marcha alguna, sino porque este país no está aislado del resto, de modo que poco a poco van llegando las ideas que refrescan el panorama político de dinosaurios conservadores. Pero para que personas con nuevas ideas lleguen al poder es necesario que el voto represente ese interés. Bueno, no nos desviemos con el tema político.
Vuelvo al tema de la diferencia de intereses. Yo la verdad no sé cómo resolver el problema de los homosexuales no varoniles para que estén integrados al sistema. Lo que sé es que la estrategia de la victimización y de la tolerancia no ayudan. Con respecto a este segundo punto, yo no soy partidario de la tolerancia, me parece una política errada: la tolerancia propone aguantar o soportar básicamente a aquello que es “raro”, “freak”, “queer”, pero siempre considerándolo como algo “fuera” del sistema y sin ninguna posibilidad de traerlo dentro de él, negando por tanto cualquier capacidad de integrarlo. Por eso creo que no funciona, no creo que la estrategia adecuada sea siempre estar al margen, distanciarse todo el tiempo, sobre todo cuando estás pidiendo los mismos derechos de los heterosexuales. El respeto, en cambio, sí es una manera de buscar estar integrado al sistema, una búsqueda desde ambas partes, de encontrar una manera de mediar, de negociar. Una vez más: no ayudan las estrategias de convertirse en freaks o raros. Pienso en los drags o en algunos radicales militantes queer: es contraproducente salir a marchar performando la total e innegociable diferencia, sin extender puntos de apoyo, de comunicación o negociación. Creo que con eso puedo cerrar el punto con respecto a mi preferencia por el respeto antes que por la tolerancia. Ahora bien, la estrategia de mediación de los homosexuales no varoniles es una tarea que les compete a ellos, por supuesto, aquí solo he hecho un par de críticas (y quizá respuestas) a por qué su lucha no tiene muchos resultados.
Me interesa dejar en claro que no creo que ser un homosexual varonil sea mejor que ser un homosexual no varonil. Eso sería una postura jerárquica, fascista en buena cuenta. Lo que sostengo es que se trata de dos formas diferentes, performances o maneras de actuar distintas, ambas legítimas, aunque la consecuencia sea que las luchas se encaminen por rutas que no convergen demasiado. Es cierto que los homosexuales varoniles somos la mayoría, estamos más integrados (y somos más felices) en el sistema, y que no necesitamos ninguna marcha para estar “orgullosos“ de algo que nos constituye. Es como si fuera necesario marchar un día por vivir en tal distrito, por comprar en tal tienda o por comer tal comida. El caso de los homosexuales no varoniles es completamente distinto y francamente no sé cómo se integrarían (si es que les interesa) al sistema. Cierto es también que su estrategia de la tolerancia no les ha funcionado demasiado.
Una de las cosas interesantes que me está dejando este blog (con menos de una semana de creado) es que se abran debates. Don Mattos, una vez más, me pasó el link de la página de Luis Arbaiza, denominada “Cisgéneros” (pueden verla aquí). En realidad concuerdo con varias ideas, pero por supuesto no con todas. Mi principal desacuerdo es la pretensión de positivismo cientificismo para justificar su postura y clausurar todas las demás. Yo en verdad tengo muchas reservas con buscar lo “científico” de una idea. De hecho, “científico” es uno de los significantes más prostituidos de la historia humana. Su auge está en el siglo XIX. Me pongo a pensar (con Michel Foucault en La historia de la sexualidad (Tomo 1) y en La historia de la locura) en aquellas “enfermedades” que el conocimiento “científico” acuñó y sistematizó: la masturbación o la homosexualidad quizá son los ejemplos que más nos competan o sorprendan. Ni hablar del discurso “científico” que determinó que había razas “inferiores” que debían ser sometidas por razas “superiores”. Sabemos muy bien que Hitler (y en buena cuenta todos los fascismos, Musolini y Franco como los más famosos) también se apoyaban en ideas “científicas” de una “raza superior”: esa “seguridad” científica de superioridad fue la que ocasionó el Holocausto. Todo el discurso nazi es “científico”: un ejemplo escalofriante es el del ingeniero que controlaba los trenes que llevaban a los judíos a los campos de concentración. Este ingeniero nazi era sumamente eficiente, científicamente impecable, hacía que cada tren llegue y parta de su destino con exactitud. Exactitud, palabra sospechosa, palabra que se erige como superior para desacreditar a todo lo demás. Cuando le preguntaron si no tenía remordimientos por lo que estaba haciendo, dijo: “yo solo hago mi trabajo y lo hago bien”, un trabajo científico impecable, nada menos. Una vez más insisto en que “científico” es uno de los significantes más prostituidos de la historia: hasta hace unos 50 años eran discursos “científicos” los que sostenían el carácter patológico de la homosexualidad, por ejemplo. No nos olvidemos de los métodos científicos favoritos de los psiquiatras del siglo XX: lobotomías y electrochoques. Incluso ahora la ciencia psiquiátrica pretende “curar” con pastillas los problemas de la mente. No importa que tu vida sea una mierda, ni que tengas cosas pendientes por resolver, siempre habrá una pastilla para que te sientas feliz y más «normal» (hasta que se acabe el efecto, claro, y tengas que recurrir a dosis más fuertes). Ciencia entendida como exactitud (y como última palabra con respecto a algo) debe ser siempre razón de sospecha, así como de lo que es considerado “natural”.
El ejemplo suculento está en esta cita de “Sisgéneros”:
¿Qué ES SER HOMOSEXUAL?
La homosexualidad como un estado fisiológico específico, que permite responder, sexual y afectivamente hacia personas del mismo sexo anatómico. (Savic 2008, Ishai 2006) (Savic 2001), la orientación sexual no es una construcción social.
Hombre, mujer, homosexual o heterosexual, macho, hembra son condiciones biológicas, y no productos culturales.
La condición fisiológica de la homosexualidad es un estado objetivo y medible técnicamente, directa o indirectamente. (Savic 2008) (Savic 2001) (Ishai 2006)
El origen de este estado fisiológico antes de la vida adulta resulta de una combinación de factores genéticos y ambiéntales, quedando aun por dilucidar el peso de cada uno de estos factores o su rol y mecanismos de acción.
Pero, este estado fisiológico en el adulto es imposible de ser removido o alterado.
La homosexualidad es natural dado que ocurre comúnmente en todo el reino animal.
De saque estoy totalmente en contra. La homosexualidad, al igual que la heterosexualidad, la bisexualidad, la trisexualidad, la tetrasexualidad (y todo lo que surja en el futuro) no son categorías definitivas e inamovibles, y de hecho no son más que producto de discursos, una construcción social. No hay mente sin sociedad, no hay modo de responder a nada si es que no hay un discurso de por medio que te diga cómo responder. Sin un discurso no sabríamos siquiera cómo usar los genitales, ni con quién, ni en qué momento. Somos totalmente dependientes de los otros. Incluso por supervivencia, un recién nacido requiere de la sociedad, de una madre que lo alimente, de alguien que cuide de él, a diferencia de muchos animales el ser humano cuando nace es completamente vulnerable, sin otro ser humano no sobreviviría. Pero no nos desviemos. Pregunta de cajón: ¿Qué es un discurso? Un discurso, ojo, no es lo que dicen los políticos; la noción de “discurso” posestructuralista (la que estoy usando) tiene más que ver con el teatro, en este caso con un guión. Un discurso es un guión impuesto por la sociedad, es un mandato (el mandato del otro, social), constitutivo en todos los niveles. Somos meros cuerpos disciplinados por el lenguaje: “los niños con el ropón azul”, “las niñas con el ropón rosado”, “los niños no juegan con muñecas”, “no te toques, sucio”, “para tener sexo primero tienes que casarte”, “los hombres no lloran”, “las niñas no pelean”, “pórtate como una señorita”, “las personas buenas se van al cielo” y así hasta el infinito. No hay nada, nada fuera del lenguaje. Me toco los genitales y ahí está la palabra “pene”, y “pene” me remite a “órgano sexual…” y “órgano” a “parte del cuerpo…” y así hasta el infinito. Una cadena infinita de significantes: el mejor ejemplo es el diccionario. No puedo pensar en una mesa sin el significante /m-é-S-a/ instalado en mi mente. Creer en que la orientación sexual es natural es creer que hay una esencia de, por ejemplo, la “homosexualidad”. Pero en realidad qué es más heterogéneo que ser homosexual: unos son varoniles y otros no, unos son activos y otros pasivos, otros se voltean, también están los versátiles, los bisexuales, los travestis activos, los travestis modernos y los travestis de closet, los hombres casados que son violentos fornicadores en su casa y que con otro hombre son pasivos, y ese es solo el principio de un largo etcétera de categorías sumamente móviles. En el caso de los “heterosexuales” es lo mismo: hay metrosexuales que no son homosexuales, así como mujeres futbolistas que no son lesbianas, por citar dos ejemplos de un largo etcétera. De lo único que se trata es de discursos que nos disciplinan, que usamos y combinamos para definirnos en todo nivel, desde la situación más solemne hasta la más íntima (en un post próximo explicaré por qué Lacan dice que no hay relación sexual). Hay teóricas como Judith Butler que son incluso más radicales: no solo el sexo y el género son la misma cosa, sino también la identidad: una performance (una actuación) de alguno de los guiones que están en la sociedad. Hay guiones (discursos) sobre la masculinidad, otros sobre la paternidad, otros sobre la intelectualidad, otros sobre la maternidad, otros sobre la amistad, etc. Por ejemplo, en mi caso cuando dicto una clase asumo el guión del profesor recto que no deja que le hagan pendejadas en clase (también podría ser el profesor pata que se caga de risa de la primera estupidez que hacen sus alumnos), cuando estoy con mi mamá soy hijo, cuando estoy con mi sobrino soy el tío con el que juega pelota, cuando estoy con la gente de mi barrio soy un amigo más, y así otro etcétera. El caso de la orientación sexual es igual. Butler dice que todo género es travesti: la masculinidad es un discurso artificialmente construido desde la determinación de atributos que inventa como opuestos, no tiene nada de natural. La masculinidad es el discurso que determinó los atributos de la feminidad para distanciarse de ellos, para estar en oposición (binaria). De igual manera no hay algo en “sí” que determine qué es la homosexualidad, sino el contexto, la cultura, el mandato social (el mandato del otro). Te pones o usas esto, “qué marica eres”, “te ves bien maricón”, “chupas como maricón”, etc. Lo vemos en Bayly, que tiene dos hijas con una mujer que dice que ama, con un amigo homosexual al cual también dice amar y a una novia joven con la que va a tener un hijo y también dice amar. No es que Bayly sea un esquizofrénico o un farsante, sencillamente está actuando (performando) un guión determinado para cada situación y, ojo, eso lo hacemos todos, funcionar con guiones adquiridos de la sociedad. Hay un ejemplo más o menos conocido que una amiga psicóloga estudió: se trata de un importante ejecutivo de un banco que de lunes a viernes era un mataperro mujeriego enamorador de delicadas secretarías y que los fines de semana se convertía en “Sheila”, un travesti pasivo que se levantaba hombres rudos en bares adonde suelen ir obreros. Lo interesante es que luego de un tiempo esta persona se casó porque iba a tener un hijo con una chica que, según declaró en las entrevistas, amaba. No sé más de la historia porque las entrevistas terminan en ese momento de su vida. ¿Qué podemos sacar de esto? ¿Este pata acaso es un enfermo, necesita pepas para que se defina en algo de una vez por todas? Esta persona es ¿bisexual, travesti, heterocurioso, gay de closet? ¿Es hombre, mujer, homosexual, heterosexual, macho, hembra? En realidad puede serlos todos, aunque no simultáneamente. Finalmente son solo categorías de lenguaje, solo son palabras, maneras de sistematizar. ¿Cuál es el verdadero “yo”, cuál es la esencia de esta persona? Todas y ninguna. Así que eso de que la orientación sexual no es removida o alterada no es exacto, podemos jugar con nuestra orientación, es como interpretar un personaje y luego otro, y así y así hasta cansarnos de un guión y escoger otros. Obviamente esto no depende los genes, depende de innumerables factores culturales (discursivos) que, para colmo, también varían todo el tiempo. Aferrarse a la ciencia y a la naturaleza para negar el cambio y la heterogeneidad después de las ideas de Derrida es aferrarse al miedo de entender que la “realidad” es puro lenguaje, pura convención y que no hay nada natural o esencial, nada que no pueda ser removido o cuestionado. El género está disuelto porque es una convención: no hay homosexual, heterosexual y bisexual, hay todo lo que nos podamos imaginar y performar.
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