Iquitos

9 julio, 2012

Aunque hasta hace poco no estaba muy animado, mis amigos terminaron convenciéndome de comprar una oferta de LAN a Iquitos. Después de escuchar recomendaciones de diferentes personas (sobre lugares, comidas, tragos, costumbres, patas, etc.), ahora me siento bastante animado y con gran curiosidad por ese lugar que Bendayán exotizó-sensualizó en sus pinturas (a las que pude acceder gracias al Centro Cultural de España en reiteradas ocasiones). Así que veré ahora, durante 8 noches y 7 días, qué es lo que hay detrás de esa exotización.

La imagen del artista Christian Bendayán se llama «El encuentro del Amazonas».

Así que fuiste a la Marcha del Orgullo Gay…

30 junio, 2012

No pude resistirme y creé algunos memes. Todos son totalmente pirateables.

Todo esto surgió a propósito de un post que escribí el año pasado: «¿Para qué sirve la Marcha del Orgullo?«

La historia de Camino Verde

23 junio, 2012

Les dejo un video curioso sobre la historia de Camino Verde, un famoso lugar de encuentros sexuales gay de la ciudad de México.

Sé que algunos se preguntarán por qué me interesa este lugar. Básicamente es un interés personal, puesto que hace un tiempo escribí sobre los baños de Mansfield (Ohio) en «El ojo que vigila y castiga«. En buena cuenta, Camina Verde es un punto de encuentro emblemático y arcano en Latinoamérica y, bueno, durante varios meses estuve buscando un Mansfield latinoamericano. Probablemente haya encontrado el lugar emblemático, pero aún sigo investigando.

Este es el video:

http://www.xtube.com/watch.php?v=XhOva-G566-

 

Las 10 mentiras del hombre gay

22 junio, 2012

En el nombre del Padre

17 junio, 2012

Padre:

Tengo sentimientos encontrados cuando empiezo a escribir esto. Por un lado, recuerdo cuando era niño, en esa época en que estabas divorciándote de mamá, y jugaba a las peleas contigo. Te golpeaba con toda mi fuerza de niño de seis años, te pateaba con toda mi furia como si presintiera que había algo que estabas haciendo mal. Pero tú, paciente, recibías los golpes y me devolvías alguno, siempre muy suave incluso para mi edad, y seguías recibiendo y recibiendo con una paciencia que seguramente no tenías con nadie más. O los domingos, cuando leías El Comercio y yo rompía las páginas que leías con un puñetazo sorpresivo para empezar una nueva pelea infantil que, por supuesto, yo siempre ganaba.

Los años pasaron y desapareciste en buena parte de mi vida. Entonces te veía solo de vez en cuando, en la época en que tu adorada empresa quebró por el primer gobierno de Alan García. En esos extraños momentos que nos veíamos era para que me preguntaras por el colegio, como cualquier extraño, y para que me llenaras las manos de plata, con montos que para un niño de seis o siete años eran exorbitantes. Ahora que lo pienso en retrospectiva, supongo que sentías mucha culpa y era una manera de compensarme. Compensarme todas tus ausencias, todas mis lágrimas, todas las veces que con incomodidad tenía que confesar ante mis compañeros de escuela que mi padre no vivía conmigo (y ocultar que ahora vivías con una arquitecta, que previamente fue tu asistente). Supongo que siempre nos sentimos un poco extraños y que esa fue una de las razones por las que odiarte fue relativamente sencillo. Podría enumerar todas las promesas que no cumpliste, todas esas ofertas que mi mente de niño albergó en vano, pero ya no tiene demasiado caso.

Hasta hace un par de años, cuando tuvimos esa discusión que casi termina a golpes (esta vez reales), nunca te había dicho cuánto te odiaba, cuánto te despreciaba por haber estado fuera de mi vida y cuánto me complacía que hayas fracasado en tus proyectos empresariales. Quizá exageré por el calor de los gritos, pero no puedo negar que guardo muchos de esos rencores. Esa es una de las explicación a por qué nunca fui (ni quise ser) todo lo que quisiste que yo fuera. Al contrario, estudié una carrera de letras, escribí libros, soy maricón, mandé al diablo la gerencia de tu empresa en recuperación y, para colmo, miro con cierta indiferencia la herencia con la que seguramente piensas tener un poco de control sobre mi vida.

Esta noche te llamé por el Día del Padre (más por cortesía que por ganas) y noté tu sutil indiferencia, esa respuesta aséptica que nunca falla cuando nos interesa quedar bien y seguir con nuestras vidas. Sé que desde esa pelea de hace dos años nada es igual porque ya sabes que nunca fuiste mi héroe ni mi ejemplo ni nada por el estilo. Supongo que, como piensa Erich Fromm, la clave del complejo de Edipo es la lucha por el poder y no la consumación del deseo incestuoso. Supongo que soy como uno de esos hijos de Tótem y tabú que puede cortarle la cabeza al padre de la horda y proclamar su propio poder. Pero aunque quisiera, y créeme que me he analizado hasta el cansancio, hay demasiadas cosas de ti en mí, más de las que quisiera. Pasan los años y voy descubriendo aspectos en los que las similitudes estallan, más cuando es mamá quien dice frases fatales como “te parece a tu padre”. Y eso coincide cuando tengo que odiarte por haberme obligado a buscar reemplazos del modelo paterno (que no encontré y que seguramente traslado en mis amantes de turno o mis parejas sentimentales). Cuando me hice analizar hace unos meses, descubrí que mi goce estaba en ser abandonado por los reemplazos de mis modelos parentales y que tú eras el culpable de ese goce por el abandono. Hoy, ya con 26 años, creo que he empezado a enmendar y ser, como me dijeron,  mi propio padre.

Pero aunque fuera posible eliminarte de mi psiquis, eso no resolvería los problemas. Supongo que, como cree Melanie Klein en el caso de la psiquis infantil y la figura de la madre en el tránsito de la posición esquizo-paranoide y la posición depresiva, a ti también tengo que aprender a mirarte como un todo, como alguien que es bueno y es malo a la vez, y aprender a reparar, a guardar menos rencores, a acercarme a tu familia (sobre todo a tu madre, mi abuela, que no tuvo la culpa de tus errores). Supongo que matarte en mi vida sería como cortarme una parte del cuerpo, un brazo o una pierna.

Esta carta no te la voy a dar y tampoco la leerás, a diferencia de esa carta que te escribí a los quince años. Esa vez te decía que nunca iba a poder llamarte “papá”, sino “padre” o “pa”. Recuerdo que los curas Opus Dei del colegio me aconsejaron que no te la diera, pero lo hice. Nunca ha salido de mi boca la palabra “papá” cuando me referí a ti y, ahora que estamos algo más crecidos, te aseguro que no saldrá. Eres como el espejo al que no me quiero parecer, uno que tiene el mismo nombre que yo. En esta nueva etapa en la que me he propuesto ser mi propio padre, voy a olvidar todas esas faltas, especialmente tu abandono económico durante esos años de pobreza tan definitivos, cuando personas generosas como mis padrinos tuvieron que ayudarnos a salir a flote. Todo a la par de tus exigencias, de tus presiones para ser como tú querías que yo fuera. Quizá por eso dejé el fútbol, nunca fui tan buen arquero como tú, ni tan guapo como tú, ni tan gilero como tú. Aunque supongo que mi carácter tan belicoso (esa rebeldía ante la autoridad típica de los complejos de Edipo mal resueltos) y mis épocas de promiscuidad son lastres familiares, demasiado familiares para ti. Cuando leíste mi novela, que compraste bajo tu propia responsabilidad, comprendiste por fin que tú y yo nunca tuvimos un lazo, que nuestra relación era el resultado de la artificialidad de una asignación social (padre-hijo).

Creo que eso es todo lo que tengo que decirte por ahora.

¿Cuál es el problema del optimismo pasivo? Mi visión del proyecto Todo Mejora

20 May, 2012

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Me alejé un tiempo del blog por el trabajo, la maestría y un accidente medio grave que tuve hace pocas semanas, el cual terminó con una intervención quirúrgica que todavía me tiene limitado. El punto es que quiero aprovechar el poco tiempo que tengo para comentarles un asunto que tenía pensado hace unas semanas: el optimismo pasivo en el discurso de aceptación social de la comunidad LGTB.

Para esto, me parece útil reparar en Glee, la popular serie de Fox que trata sobre un grupo de estudiantes de preparatoria que forman una especie de club de rechazados sociales (tenemos no solo al gay y a la lesbiana, también al discapacitado, a la negra, a la asiática, etc.) para cantar y bailar y, de alguna manera, ‘luchar’ contra el mundo hostil que no los entiende. A este grupo se unen al final algunos estudiantes populares, como el capitán del equipo de rugby, otros jugadores de ese deporte y algunas porristas. Bien, ahora que lo tenemos más claro, ¿qué es lo que veo en esa serie? Básicamente la plasmación de la idea optimista de que a un mundo cada vez más dividido (con más diversidad, con más conflictos y con más injusticia) solo le hace falta un poco de música y baile para superar sus profundas diferencias y conseguir la felicidad. Es decir, en Glee lo que funciona es la idea de que los conflictos y las diferencias se pueden combatir cantando y bailando, lo cual me hace recordar la historia de los musicales de Hollywood de la década de 1930. Como cualquier aficionado a la historia del cine sabe, fue en Estados Unidos donde se inventó el género del cine musical (es más, no hay género cinematográfico más gringo que el musical) precisamente en un momento de gran crisis económica, la llamada Gran Depresión (también emparentada con la Crisis de 1929, el Crack del 29, el Jueves Negro, etc.). Entonces, ordeno el argumento: el auge de los musicales en Estados Unidos tiene que ver con una época de desesperante crisis económica. No es casual, por ende, que en esta nueva crisis económica salga una serie musical como Glee con tanto auspicio y acogida. Mientras Estados Unidos se desmorona, muchos de los adolescentes (y no tan adolescentes) de todo el mundo solo desean consumir la música y el baile del elenco de esa serie.

Slavoj Zizek, en La guía de cine para el perverso, empieza explicando que el musical es un género que, como ningún otro, le dice al espectador no solo qué desear, sino cómo desear. En la década de 1930, mientras Estados Unidos afrontaba una crisis económica tan grave como la de estos años, el gran público que acudía a los cines sencillamente salía enamorado de las canciones y coreografías de sus artistas favoritos. Frente al pesimismo de la crisis económica, los musicales (que siempre tenían un happy ending) distraían a los estadounidenses, que evitaban tener que lidiar con la idea de la crisis. De ahí que Zizek analice uno de los famosos musicales animados de Disney (el juicio que unos gatos le hacen a Pluto, el perro de Mickey Mouse) y encuentre fuertes relaciones con los horribles juicios estalinistas de la URSS, en los cuales, al igual que Pluto, los juzgados no tenían derecho a defenderse, solo a escuchar todas las imputaciones que se les hiciera. Para Zizek, el musical es un arma poderosa (que las dictaduras y los gobiernos autocráticos y autoritarios utilizan) porque puede hacer pasar por lindo o beneficioso algo que es profundamente perjudicial o maquiavélico. El mecanismo del musical consiste en disciplinar a los sujetos con respecto a su deseo: ya no solo les dice qué deben esperar del mundo, sino cómo esperarlo.

Volvamos a Glee para aplicar esta idea. Frente a un mundo injusto, discriminador e intolerante (no hay nada más violento a nivel micro que una preparatoria gringa, donde el bullying es la norma), los chicos del club Glee solo cantan y bailan como defensa ante ese mundo. Es bastante patético si miramos con cuidado: no se necesita trastornar el mundo para hacerlo más justo, no es necesario conseguir (o hacer cumplir) las normas que protegen a los más débiles; no es necesario porque solo hace falta bailar y cantar para que todos podamos aceptarnos y vivir en armonía, los débiles y fuertes. El maricón, el discapacitado, la lesbiana, la negra, la asiática, el emo, el jugador de rugby y la bastonera pueden vivir juntos y felices a través del canto y el baile; es decir, es como si al mundo no le hicieran falta cambios estructurales, solo algunas buenas canciones que interpretar. Esta, por supuesto, no es una idea nueva. La idea de la sociedad multicultural armónica se vende con gran éxito incluso a los más pequeños (todas las películas de La era del hielo son prueba de ello). Así, según este desatado optimismo contemporáneo, no es necesario luchar ni cambiar la estructura del mundo porque el logro de la armonía multicultural (aquello que intentan postular los científicos sociales y los filósofos que piensan la globalización) depende de cuestiones más fáciles de conseguir, como una canción bonita y una coreografía bien ejecutada.

Entonces podemos decir que el problema del optimismo contemporáneo es que es un síntoma de cómo se nos ha dicho que deseemos la armonía social: no hay que hacer nada, llegará sola, más bien cantemos y bailemos. Al igual que los musicales gringos de los 30, Glee es un producto destinado a un público pasivo, una generación que no espera hacer nada para cambiar el mundo (como emprender una lucha política para conseguir derechos y leyes). Y este impacto es tan fuerte que incluso en los más desfavorecidos por la repartija del poder (los débiles) se da un ‘optimismo pasivo’: no hay que luchar por derechos y leyes, hay que escuchar a Lady Gaga (porque quiere a los gays), mirar Glee e ir a la Marcha del Orgullo. No le pidan luchar a esta generación, la idea es que el mundo “ya cambiará en algún momento”, el futuro es la esperanza que siempre se aplaza.

Entonces, ¿cuál es el problema del proyecto Todo Mejora? Más allá de que a veces los videos parecen el espacio para que algunos expongan, como en una entrevista de trabajo, su éxito académico y profesional, lo que a mí me llama la atención es la manera en que se entiende la “mejoría”. Desde el título, “todo mejora”, estamos ante un típico producto del optimismo pasivo. La idea de los videos es la siguiente: tú, muchacho gay o muchacha lesbiana, debes resistir pasivamente las injusticias y vejaciones porque ya en algún momento el mundo cambiará o al menos el tiempo te dará una pequeña puerta para que puedas escapar de la vida horrible que te ha tocado. Es decir, solo vemos resignación, resistencia pasiva. No hay, ni por asomo, la idea de que el mundo es injusto porque está equivocado, y que precisamente hay que combatir esos errores para que las condiciones injustas cambien. No se le da poder al débil, no se le dice qué puede hacer para combatir su sufrimiento, solo está la idea de resistir con la promesa del futuro mejor (que seguramente algunos ni siquiera vivirán). La estrategia de Todo Mejora más bien parece la interiorización y aceptación de la culpa que algunos gays sienten ante los homofóbicos: aceptar pasivamente es una manera de decirle a la sociedad que aceptamos cuál es nuestro lugar subalterno en el mundo y que no debemos hacer nada con respecto a esas condiciones salvo resistir para, si hay suerte, sobrevivir. En síntesis, Todo Mejora funciona como una gran ventana para mirarnos y compadecernos los unos de los otros, es el espacio donde podemos ver que todos los gays sufrimos y que algunos que resistieron al final encontraron una luz al final del túnel.

Vivimos en un tiempo en que el individualismo prima y, aun peor, se nos dice que la idea del bienestar común solo depende de unas cuantas imágenes y un poco de música. Cada vez hay menos ganas de luchar, cada vez hay menos acciones con sentido, cada vez hay menos activismo de verdad, al punto que algunos grupos publican videos para sacramentar la resistencia pasiva (o, simplemente, no hacer nada). Pero claro, de quién vamos a esperar activismo de verdad si el MHOL prefiere hacer estupideces antes que pensar en política, derechos y leyes.

Recordaris

5 febrero, 2012

SinPlumas.com premiado en concurso de blogs

5 febrero, 2012

El día de ayer, revisando el correo del blog, me encontré con un mensaje que me informaba que había ganado el segundo lugar en un concurso de blogs LGTB. Yo recordaba uno del ante año pasado, pero como estuve de viaje a fines de 2011 y estuve ocupado buena parte de enero, no me enteré que hubo otro concurso hasta ayer. En fin, el hecho es que me dieron un segundo lugar que me dejó desconcertado, sobre todo porque el 90% del tiempo estoy en desacuerdo con el MHOL y su activismo alegórico. ¿Sobre la base de qué criterio se escogió a SinPlumas.com? No tengo idea, pues para el común denominador de los activistas este blog es repulsivo a más no poder.

Pero ya hablando más en serio, como le dije a Jorge Chávez en respuesta a su mail, les agradezco la deferencia que, como deben comprender, me desconcierta. El premio (50 nuevos soles) se lo he donado al MHOL, tal vez sirva para imprimir afiches o algo así.

Este reconocimiento, por supuesto, no significa que vaya a cambiar mi forma de pensar. Creo que lo bueno de la diversidad (que algunos deberían recordar que defienden) radica en discutir y nunca ponernos de acuerdo del todo.

Saludos.

«Matacabros» de José Fernández del Río: algunas intuiciones acerca de la homofobia

31 enero, 2012

Hace un tiempo una amiga me sugirió ver el cortometraje Matacabros, dirigido por José Fernández del Río y basado en un relato homónimo del escritor peruano Sergio Galarza. Si bien no he leído el relato, el corto me da suficientes elementos para plantear unas intuiciones sobre las dinámicas de la violencia homofóbica que existen y mutan en el imaginario de este país. Es recomendable que vean el cortometraje (aunque más parece mediometraje) que dura unos 25 minutos. La violencia no es tan explícita como podría sugerir el título (los que hemos visto las películas de Gaspar Noé ya estamos vacunados contra estas escenas) y, debido a que se trata de un trabajo universitario, hay algunas taras que en realidad no constituyen grandes problemas para un espectador promedio.

Lo primero que es fácilmente identificable en el corto es la división entre unos personajes que serán los principales y otros que serán secundarios en la historia. Si bien la violencia homofóbica está exacerbada (solo hay que reparar en los diálogos entre los cuatro personajes homofóbicos), Kurt (Marcello Rivera) y Polo (César Chirinos) van a ser los ejes de la lectura que se propone aquí. Me interesa especialmente la construcción de la identidad de Kurt: religioso (la escena de mortificación personal, aunque algo antojadiza, me hizo recordar a ciertos rituales del Opus Dei), abusado sexualmente (el descubrimiento final, la tara más grande de la película a mi gusto, surge como explicación en el pasado) y especialmente violento (repárese en la escena final como un remedo de alguna escena de Irreversible). Por otro lado, Polo es también un personaje interesante: aunque secretamente siente deseo sexual hacia los homosexuales, sublima ese deseo mediante la violencia, intenta machacar a golpes aquello que más bien existe dentro de sí.

Tal como explica Zizek a partir de su experiencia como soldado, en el discurso militar-policial y en el eclesiástico católico existe una homofobia tan marcada precisamente porque se trata de negar con violencia aquello que está dentro del grupo que lanza ese discurso, tal como lo dije en un post anterior. En resumidas cuentas, al igual que el discurso militar-policial y el eclesiástico católico, en esta película ambos personajes intentan negar y eliminar lo que no está afuera, sino dentro de sí mismos. Si en el discurso militar-policial oficial y en el eclesiástico católico esta homofobia virulenta se debe a que dentro de sus instituciones conviven hombres las veinticuatro horas del día, encerrados y lejos de las mujeres, en el corto sucede casi de la misma manera: un grupo de hombres demostrando su masculinidad (típica conducta competitiva) y ridiculizando la feminidad de sus víctimas (es interesante que no aparezcan mujeres en el corto). Hasta ese punto funcionan Kurt y Polo como las dos caras de la misma moneda. El deseo sexual de Polo hacia los homosexuales se desata cuando no es observado ni censurado por el grupo, salvo cuando aparece Kurt que representa el extremo de la violencia homofóbica, el lado censor. Esto podría funcionar incluso como una especie de metáfora de buena parte de las prácticas homosexuales: en la oscuridad e insalubridad del baño de un antro se desarrolla un tipo de sexualidad un tanto grotesca (“¿Te gusta fuerte?”) que, por supuesto, es negada cuando aparecen los agentes de la censura. De hecho, creo que hay una dinámica o deseo sexual homoerótico muy soterrado de Kurt hacia Polo, precisamente un rasgo que no se representa tan literalmente, pero que queda como una muy probable sospecha por su relación como primos (debemos recordar que el tema del incesto es uno de los intereses más notorios de los directores latinoamericanos actuales, como se puede apreciar en las películas de Lucrecia Martel).

A mi gusto que Polo funcione como un ‘traumado’ y que esa sea toda la explicación de su conducta anormal me parece decepcionante. Es decir, que, en resumidas cuentas, Kurt desee golpear homosexuales para ‘corregirlos’ como una especie de venganza por lo que le sucedió en el pasado me parece una salida muy fácil. Precisamente donde se podía ganar complejidad para la discusión es donde más hace falta. Sin esa escena final del abuso en la infancia podría explicarse incluso mejor cuáles son los discursos que condicionan su proceder homofóbico: el discurso eclesiástico (“perdona mis pecados de juventud”), el discurso machista y su soterrado deseo homoerótico hacia Polo, aquello que lo atormenta y solo puede sublimar golpeando homosexuales, tal como Polo hace. Pero podríamos explorar también cómo funciona esa corrección desde el discurso machista normalizar: existen solo dos maneras de ser sujeto (hombres y mujeres), cualquier otra posibilidad constituye una anormalidad que debe ser corregida-censurada brutalmente. Muy similar al discurso militar-policial y al eclesiástico católico más tradicional: el hombre debe ser ‘macho’ y la mujer prácticamente una segundona obediente.

También quisiera comentar un antecedente de estas escenas de violencia contra homosexuales. Por ejemplo, en No se lo digas a nadie, tanto en la película como en la novela, aparece una golpiza brutal hacia un travesti. En buena cuenta, este corto parece desarrollar un poco más a fondo la homofobia más violenta que ya se presentaba en la película de Lombardi y en la novela de Bayly. Precisamente creo que este tipo de escenas deben conseguir más espacio dentro de las representaciones nacionales. Hasta donde sé, el autor del relato se ganó algunos agravios de parte de ciertos organismos que dicen luchar por los derechos de las minorías sexuales. A mí francamente este tipo de censura me parece patética, ¿por qué censurar este tipo de representaciones tan reales con la pretensión de hacer creer que la sociedad actual funciona como un feliz jardín de niños donde el mero optimismo hará que la vida sea como la pintan los imbéciles libros de Paulo Coelho? Creo que este tipo de representaciones ayudan a los que tenemos ojos más críticos y no vemos victimización en todos lados, incluso donde no la hay. Por el contrario, este tipo de representaciones pueden ayudar a que conozcamos mejor al enemigo, saber cómo piensa, qué lo condiciona; y, así mismo, denunciar la violencia homofóbica como un camino absurdo y brutal.

Mr. Suki-Fuckie

30 enero, 2012

Como habíamos quedado, te diré algunas cosas que seguramente no te gustarán. Pero primero las gracias. Gracias por los masajes, por dejarme compartir la cama contigo toda la noche, por considerarme valioso de esa extraña y casi suicida manera. Tú lo sabías antes de conocerme, te dije que tenía un carácter de mierda, ya estabas advertido de mis arranques. Pero también me he encariñado de una manera extraña, nada serio por supuesto, pero algo de cariño siento por ti. Debe ser esa dinámica sádica que el psicoanálisis explica en alguna de sus teorías sobre la pulsión de muerte: tú encajas como el masoquista y yo como el sádico. Creo que nuestra relación es eso, es una amistad con dinámica sadomasoquista. A pesar de que me hagas esos masajes ‘relajantes’ que me dejarán adoloridas las piernas por una semana (luego de un trip de 50 y pico kilómetros en bicicleta), o me hagas conocer a tus amigas-locas-ñañitas-proto-malcriadas-del-Trome, o que me tortures con tus canciones pop insoportables, a pesar de todo volví a visitarte. Tú me dices que soy tierno, que te gusta que te bese y te acaricie, pero no te das cuenta que en el fondo quiero lastimarte con una jugada a largo plazo, hacerte creer que estamos más cerca para luego alejarme más que antes, como esos gatos que juegan macabramente con sus presas antes de matarlas (o que las van matando poco a poco con sus juegos). Soy una mala persona.

Algo de cariño siento, pero no es para tanto. No me imagino con un chico voleibolista pasando mis tardes de viejo (“masca mis senos”) ni hablando contigo de los estudios subalternos aplicados al género testimonio en Latinoamérica. Te hablo sobre los Estudios Culturales y tú entiendes por ello todo lo contrario a lo que son. Me choca que ni siquiera entiendas mis post y que insistas en esa asfixiante y absurda dicotomía ente pasivo y activo (tajador y lápiz). La vida es más que eso, es más problemática que eso, tanto como estés listo para problematizarla. No me imagino encajando en tu grupo de amig@s ni hablando de las coreografías absurdas de sus poperas favoritas. Preferiría pegarme un tiro en la sien antes que hacer eso y adaptarme a esa vida. No sé cómo llegamos a congeniar esa vez que fui a tu casa. Tal vez me gusta tu físico (aunque me disgusten tus maneras) o tal vez seguía devastado emocionalmente (esa sensación extraña de tener todas las posibilidades y chances para empezar de nuevo, aunque sin cagarla y eligiendo correctamente, para que no haya de que arrepentirse en el futuro) y necesitaba no sentirme tan solo. Pero sí, definitivamente fue más que sexo. Soy como un ave migratoria que ha terminado en un nido ajeno, en donde ha sido atendido de sus heridas. Pero lo que no sabes es que ya soy fuerte de nuevo y que puedo devorarte por puro placer. Soy una persona indeseable para ti, te odio y te aprecio un poco al mismo tiempo. Lo mejor que podemos hacer, que puedo hacer, es quedarnos con los mensajes del Whatsapp, con el envío de las localizaciones y con la ilusión de que nos volveremos a ver, aunque por ahora no sienta ganas de hacerlo.

Por mi cuenta seguiré buscando, viendo y huyendo, huyendo como Stanley en La fiesta de cumpleaños. ¿De qué? Quién sabe de qué, solo haré kilómetros en la bicicleta, todos los kilómetros que pueda, para huir del tedio, de los chillidos de la gente que desprecio, del pasado, de todo aquello que no quiero ser, de ti. Ahora soy fuerte de nuevo y es mejor dejar las cosas así. Es el fin, es todo lo que quería decirte, suerte con los pretendientes.

El homosexual como sujeto sexual descontrolado

27 enero, 2012

Hace un rato, mientras revisaba en Facebook las actualizaciones del día, me topé con una noticia del MHOL sobre la presunta violación a un menor dentro de un albergue del Inabif. Si bien estoy de acuerdo en que toda justificación de un abuso es deplorable y sumamente perversa, en el caso de los gays este tipo de discursos señala también una tarea pendiente. Varios meses atrás, me pregunté si los homosexuales éramos más promiscuos y la conclusión fue afirmativa.

Sé que muchos dirán, y con razón, que los heterosexuales y bisexuales (o, en general, los que se consideran ‘no homosexuales’) también lo son. Es cierto, no es algo exclusivo de los homosexuales. Sin embargo, como esa vez, quiero ir un poco más allá. Sigo creyendo que, en el caso de los homosexuales, es sumamente problemático tener una imagen social emparentada con la promiscuidad; por ejemplo, hasta hace poco, un requisito para donar sangre en un hospital era no ser homosexual (o, dicho más suavemente, no haber mantenido relaciones sexuales con otros hombres). El problema de mantener una imagen social negativa es que la comunidad LGTB (en la cual me incluyo) requiere una mejor carta de presentación para legitimar sus derechos y su visibilidad. En el siglo XIX, por ejemplo, cuando se desarrollaban y sistematizaban las patologías, la homosexualidad era descrita en términos de falta de control o simple impulsividad por el sexo. Por ello, desde al menos el siglo XIX, el homosexual es construido como un sujeto sexual impulsivo, incapaz de controlar su sexualidad. De ahí que no sorprenda que en estos años, cuando un homosexual es abusado, aparezcan estos discursos perversos que intentan legitimar una violación: el antecedente es esa imagen del homosexual, el sujeto sexual peligroso por excelencia. Estos, qué duda cabe, también están en relación con la supuesta peligrosidad que representa un homosexual frente a un niño (el peligro del abuso del menor o de que lo ‘convierta’ en homosexual).

Pero no quiero irme por la tangente. Quiero recordar ese caso que sucedió hace un par de años, se trata de un estilista homosexual que fue violado en una comisaría: hasta donde se supo, dos agentes le introdujeron por el ano la vara reglamentaria, lo que ocasionó una serie de trastornos fisiológicos en el recto. La justificación de los efectivos, qué sorpresa, fue que el estilista se lo había buscado, que de alguna manera él lo deseaba. A mí me resulta fuerte e injusto, y me cuesta creer una versión como esa, pero al mismo tiempo pienso en los condicionamientos discursivos de una sociedad tan homofóbica como la peruana.

Muchos tontos útiles creen que cuando salen a cacarear en sus Marchas del Orgullo, especialmente vestidos de putas y bataclanas, se vuelven ‘visibles’ ante una sociedad que los margina y los oculta. Nada más absurdo: el gay como sujeto sexual que no puede contenerse (un desesperado por sexo, como en el caso del Padre Maritín frente y su ‘marido’ en El Especial del Humor) está presente en todos los medios, a veces incluso en el horario familiar, a la hora del almuerzo. Es falso que esa imagen de homosexual sea ocultada; por el contrario, existe todo el tiempo, funciona desde los medios masivos para condicionar una visión negativa del homosexual. El mecanismo es claro: si el homosexual existe, tiene que ser así, una loca descontrolada y hambrienta de sexo, graciosa o peligrosa, patológica, absurda. Por ello, cuando un homosexual en la Marcha se presenta como un sujeto sexual con su indumentaria, no hace más que reafirmar el discurso homofóbico cotidiano, ese que precisamente nos margina a todos.

No quiero terminar este texto sin mencionarles una anécdota que me sucedió también el día de hoy, casi en paralelo cuando revisaba las declaraciones del presidente del MHOL en RPP. Hace unos días me creé una cuenta en una conocida página de contactos gay; mi perfil, que no tiene mucho de sexual, recibe algunos mensajes, como es normal con cualquier perfil. Sin embargo, el día de hoy, uno me llamó poderosamente la atención. Dice así:

 hola como estas? soy XXXXXXX de surco tengo 25 años soy pasivo varonil, aguantador, delgado, formado, buen culo, estrechito… estoy super arrecho deseando tu pinga en mi boca para sacarle la lecha hasta la ultima gota y que me rompas todito… no busco compromisos de por medio solo sexo… tienes msn?

Cuando me pasan estas cosas, me queda una sensación de encrucijada: por un lado, el presidente del MHOL dice, y con razón, que toda justificación de abuso es deplorable y perversa; por el otro, un chico gay como cualquier otro, sin conocer siquiera mi nombre, me ofrece sexo de la manera más fácil, como si me ofreciera más bien unas piezas de pollo de KFC. Lo más peligroso de hacer reclamos justos no es que no se atiendan esos reclamos, sino olvidar los problemas de casa. Si existen estas justificaciones perversas con respecto a los abusos, es porque la sociedad tiene esos discursos justificadores que nos disciplinan y condicionan. Entonces, como decía, lo peor no es que el abusador quede impune, sino que el bando de los abusados interiorice ese discurso justificador del abuso. Más claro: lo peor es que los homosexuales crean que, efectivamente, no son más que sujetos sexuales descontrolados y que, a la larga, un abuso contra ellos (nosotros) no es más que una consecuencia de ser homosexuales (sujetos sexuales sin control). Si algo queda claro para mí es que debe haber una actitud de resistencia: la sociedad puede decir que somos monstruos o degenerados sexuales, pero el reto está en demostrar que esas son falsedades.

Si les interesa el tema, también escribí sobre la publicidad sexual gay y una muy fuerte sobre el masoquismo en los homosexuales.

Activo y pasivo: el poder en el rol sexual

30 julio, 2011

¿Nunca se han preguntado si tiene alguna relevancia el rol sexual en las relaciones de poder que se dan entre homosexuales? Es decir, ¿es lo mismo ser activo, pasivo o moderno sin más? Personalmente, siempre he pensado que entre el rol de activo y el rol de pasivo hay importantes posiciones de poder, específicamente de sometimiento. En varias entradas anteriores he hablado y explicado la fijación-culto de los homosexuales hacia el pene (es una tendencia, sobre todo hacia el pene grande); sin embargo, esto cobra mucha más importancia cuando empezamos a analizar estas diferencias entre activos y pasivos. Antes de abordar a plenitud el tema, debo advertirles que estas aproximaciones no son generales a todas las personas homosexuales, sino específicamente a la manera en que se desarrollan estas relaciones en el imaginario de los homosexuales que radican en Lima. Para poder detectar estas tendencias estudié las conversaciones que se dan en el chat de GayPeru.com

Empecemos hablando del cuerpo. ¿Sabían que los pasivos se contagian de VIH con mayor frecuencia que los activos? Es decir, los pasivos suelen ser los más perjudicados con el VIH (alrededor del 65% de contagios) frente a los activos que llegan al 35%. Es una primera diferencia importante. Pensemos en una rotura de preservativo: el pasivo tiene mucho más difícil la limpieza y desinfección de la zona expuesta (el ano) frente al activo, así como menos chances de impedir una infección. Pensemos en una relación sin protección: el pasivo carga dentro de su cuerpo con todos los virus de su pareja de turno que podrían infectarlo (además de las lesiones de su ano producidas por la penetración), mientras que el activo, con un jabón bactericida bien aplicado en su pene, reduce drásticamente el riesgo.

Hablemos de la psicología de las relaciones entre pasivos y activos. Para trabajar este punto me gustaría usar la película Brokeback mountain (Secreto en la montaña), específicamente la parte en que Jack Twist le reclama a Ennis del Mar verlo más seguido. Jack le hace entender que como activo, Ennis puede satisfacer sus deseos con mayor facilidad (masturbarse con la mano, se supone), mientras que Jack no. De ahí surge esa turbia secuencia en que Jack va hasta México y se pierde en la oscuridad de un callejón con un tipo que seguramente es un prostituto. Espero que ahora entiendan que la entrada sobre los dildos no era una pastrulada.

Algo similar ocurre en el chat de GayPeru.com y seguramente en los de las otras redes sociales. Están los activos que se prostituyen, que ofrecen atributos marcadamente “masculinos” (como un gran pene, un cuerpo trabajado o una rudeza de macho) para llamar la atención de potenciales clientes pasivos. De igual manera, es muy notorio que son los pasivos los que más se “ofertan” dentro de la sala pública, mientras que los activos solo esperan para ser “convencidos” o “persuadidos” por los pasivos. Es interesante que sea exactamente al revés que con las relaciones tradicionales heterosexuales: el hombre (caballero) tiene que convencer a la mujer (dama) para que le entregue su honra (tengan sexo). Es interesante que entre los heterosexuales sea el sujeto penetrador quien tiene que usar sus mejores estrategias para convencer al sujeto penetrado, mientras que en las relaciones homosexuales sea el sujeto pasivo quien usualmente tenga que convencer al activo.

Podemos ser más drásticos: de los casos clínicos de homosexuales que tenido la oportunidad de leer, muchas depresiones se deben a la ilusión que el homosexual pasivo se hizo de un homosexual activo. Es más, son pocas (o prácticamente nulas) las depresiones por amor de parte de los activos. Si es que los activos se deprimen, solucionan su problema mucho más fácilmente que los pasivos. Podríamos recordar la idea del homosexual que tienen los abuelos (y que se conserva aún en algunas provincias): el “maricón” es el homosexual pasivo que le paga o mantiene a su “marido” (activo) para que se le “cache” (tengan sexo). ¿Alguna vez escucharon hablar de pasivos que se prostituyan? Son, en realidad, muy pocos. A mí particularmente me parecería un negocio sin rentabilidad (no hay gran demanda). En cambio, los anuncios de scorts o prostitutos activos inundan la web y los periódicos. Como se dice comúnmente, “se paga por pinga, no por culo”.

Tengo dos cerezas para el pastel. En primer lugar, pensemos en los medios de comunicación. Sirve de ejemplo el Sketch del Padre Maritín: el padre es un evidente homosexual pasivo que tiene un “marido” (supuestamente heterosexual) al que mantiene (el padre le compra relojes y ropa, por ejemplo). El tipo más perjudicado en esa relación de poder es el padre, no su “marido”. Ese pequeño sketch, aparentemente inofensivo, es un reflejo muy poderoso y crudo de cómo el lenguaje establece y disciplina las relaciones entre activos y pasivos en buena parte del imaginario nacional. El que nos hace reír no es el “marido”, sino el disforzado y ridículo padre (tan parecido a varios marchantes del Día del Orgullo Gay de Lima). En segundo lugar, tengo que hablarles de un conocido que es activo como yo. Si requiero una palabra para describirlo, diría que es una basura de gente. Y es una basura por la manera en que conoce y trabaja la psicología de los pasivos con los que trata. Cuando yo me iniciaba en el mundo gay, los consejos de esta persona consistían en que me consiga “pasivos con problemas”, “complicaditos” o “primerizos” porque eran los que menos autoestima tenían y “más daban” por tener un activo a su lado. Claro que no cualquier activo, sino uno estratégicamente construido con una apariencia de buena persona, sobre todo de paño de lágrimas y tierno. Lo más chocante para mí es que este tipo prácticamente vive de los pasivos que conoce: consigue ropa, perfumes, viajes. Uno de sus tips: en plena penetración, preguntarle al pasivo “¿Me amas?” y esperar que diga “Sí” para decirle “Dime que me amas” y el pasivo lo haga. Según él, esta suerte de conjuro es una especie de amarre psicológico, pues cada vez que tire con otro activo pensará en esas palabras y, por ende, en el activo a quien se las dijo. Personalmente no he seguido sus consejos ni estrategias.

Todo esto sirve para mostrar cuál es el lugar del pasivo en el imaginario de los homosexuales de Lima. Los pasivos son más vulnerables. Como escribió la antropóloga Marisol de la Cadena, con respecto a las poblaciones andinas, “las mujeres son más indias”; es decir, dentro de esa población comúnmente marginada (los andinos, los “indios”), las mujeres son las más marginadas. Yo diría que en nuestro caso, “los pasivos son más cabros”: la tendencia es que entre los homosexuales ellos son los que llevan la peor parte. ¿Qué se puede hacer? Creo que deben buscar la manera de empoderarse, romper el esquema que el Sketch del Padre Maritín perpetúa: cuidarse más en las relaciones sexuales, tener una autoestima a prueba de balas y evitar a los tipos que buscan aprovecharse de ellos. Me atrevería a decir que la opción a futuro es que todos seamos modernos, pues las relaciones de poder se relajarían considerablemente. Ese, por supuesto, es un plan a futuro y también un tema que abordaré más adelante.

Chalas, semen y culos: el sexo en la publicidad gay

22 julio, 2011

Es cierto que la publicidad que vende sexo está en todos los estratos y formas, algunas veces con más notoriedad que en otras; sin embargo, es interesante reparar que los productos y servicios que se ofrecen a los homosexuales de Lima remiten prácticamente a un solo aspecto: sexo. Debería llamarnos a sospecha que todos los productos y servicios que son específicamente para gays tengan que ver solo con sexo: hoteles u hostales, saunas, cuartos oscuros (entre otros lugares donde se practica sexo inseguro), fiestas con desnudos, etc. Podríamos incluso reparar en el lado del público heterosexual y confirmar que no hay eventos similares (o, en su defecto, no promocionados con tanto énfasis).

He reparado en tres redes sociales donde este blog tiene cuenta: GayPeruanos.com, GayPeru.pe y DeLoBuenoUnPoco.com: en las tres se publicita únicamente sexo, especialmente eventos y hoteles. Por ejemplo, el evento “Mister Chala” no podría representar de manera más clara hasta qué punto los homosexuales le rinden culto al pene grande. Que se haga un concurso donde se premia a la pinga más grande obedece a la intención explícita de consagrar el tamaño del pene como el único aspecto relevante (y, de paso, confirmar mi teoría de que el culto al pene grande es una más de las prácticas masoquistas frecuentes entre los homosexuales). O pensemos en la Fiesta del semen, cuyo afiche fue masivamente enviado por mailing. O también podríamos pensar en las fiestas con sexo en vivo. En realidad, las personas que organizan estos eventos utilizan temáticas sexuales con la intención de atraer a la mayor cantidad de gente. Bien, hasta aquí no he dicho nada nuevo.

¿Pero acaso no son también notorias las consecuencias de este bombardeo publicitario de sexo? Para mí está clarísimo que el incremento del VIH en la comunidad homosexual tiene que ver con este bombardeo mediático (pensemos, por ejemplo, en la manera en que en CholoTubeGay se sacralizan los videos porno caseros donde se practica sexo sin protección). El fracaso de prácticamente todas las relaciones homosexuales también tiene que ver con este rollo sexual: según esta publicidad, el objetivo de un homosexual no es encontrar un compañero con quien te puedas establecer, sino algo más presentista: adorar y comer la mayor cantidad posible de pingas grandes (la lógica “disco de ambiente”). Como cree Foucault, no es que el sexo haya estado reprimido (como creía Freud), sino que ha sido moldeado (y sigue siendo moldeado) por el lenguaje para que creamos que ha sido reprimido, cuando en realidad todo el tiempo hablamos de él, y no solo ahora, sino desde cuando se imprimían los primeros catecismos o pastorales cristianas (siglo XV). No es difícil notar que el énfasis y sacralización del sexo es un efecto muy característico del tiempo y la sociedad en que vivimos (pensemos en el Día del Orgasmo), pero en el ámbito gay este énfasis se dispara y multiplica, se vuelve peligroso. En resumidas cuentas, según esta publicidad sexual, solo somos cuerpos que desean pingas y culos. No hay mayor complejidad en esta lógica, es como si los homosexuales no mereciéramos más.

Todo esto tiene que ver con el negocio de las redes sociales gay. La intención es capturar un mercado de homosexuales a los cuales se les pueda tener ciertamente cautivos y así vender más productos y servicios de sexo. Y es que estas páginas están diseñadas no para ser una red social o comunidad (en el más amplio sentido de la palabra), sino solo un punto de encuentro para conseguir con quien tirar sin más. Pensemos en los grupos y foros que se crean (“¿cómo tirarse un cachaco, un hetero, un primo, un perro, etc.?”, o “relatos sobre la primera experiencia sexual”, por citar dos ejemplos que recuerdo): la publicidad está condicionando que los homosexuales sean consumidores ansiosos de sexo, por lo que el futuro es más complejo de lo que se imaginan.

Si la intención de las redes sociales gays en un primer momento fue brindar un lugar donde los gays se puedan encontrar para no sentirse tan aislados, el tiro les está saliendo por la culata: la publicidad sobre sexo está trayendo más infidelidad, más infectados con enfermedades de transmisión sexual o, en resumidas y sencillas cuentas, más infelicidad. El fracaso es evidente. Y aquí muchos ingenuos dirán que depende de cada uno, que al final uno elige. A mí me da gracia que la gente que no se cree influida por la publicidad sea en el fondo la más dependiente de esta, aunque menos consciente de sus propias ataduras. Solo basta entender la tendencia para entender la explicación.

Creo finalmente que lo que queda es ser más críticos con respecto a lo que nos quieren vender. Esa sensación tan falsa de sexo se va sintiendo cada vez más en las redes sociales. No son pocos los que me comentan que les abruma que haya tanto sexo en la publicidad y las redes sociales para homosexuales. Seguramente seguimos siendo la minoría, la minoría que cree que merece algo más.

[Las imágenes proceden de la web del Club Nudista Casanova y de PeruEsGay.com]

A favor de la Ordenanza Gay

16 julio, 2011

Me cuesta sentarme a escribir sobre este tema sin encontrar reacciones encontradas dentro de mi propio parecer. Por un lado, siento que una ordenanza contra la discriminación debe ser total (como lo describe Wilfredo Ardito en este post de lectura obligatoria) y no solo condenar una de las muchas formas de discriminación que existen (por orientación sexual). Es cierto que, hasta cierto punto, es exagerado que la Municipalidad de Lima solo se haya concentrado en una ordenanza contra la orientación sexual para hacer “más visible” la situación de la comunidad LGTB, como si fuera el único problema de discriminación existente. Es una iniciativa que, en apariencia, no es justa con respecto a los otros discriminados; sin embargo, también podemos entender esto como un primer paso para condenar y luchar contra las otras formas de discriminación.

Sobre la pregunta de por qué es necesario tener una ordenanza a favor de nosotros, la respuesta es evidente: nos legitima ante la ley, la instancia que ningún dogma de fe convenido o moralidad hipócrita puede rebatir. ¿Por qué debería ser de especial atención la discriminación contra los que tienen una orientación no heterosexual? Para comenzar, porque es la discriminación contra la que menos se ha avanzado (si pensamos en un racista, en general es socialmente condenable; si es un sexista, igual). Los que se oponen a reconocer los derechos de igualdad de los no heterosexuales se juran moral y éticamente superiores, y en buena cuenta están amparados por un sector considerable de la sociedad. Una ley a favor de nosotros nos empoderaría legalmente para contrarrestar la discriminación que una serie de sectores religiosos conservadores están exhibiendo públicamente. Una ley contra la discriminación por orientación sexual legitimaría a este país (especialmente a esta ciudad) como un lugar que se separa la ley del dogma de fe.

¿Pero acaso ya no hay leyes que protejan a los no heterosexuales? Yo me hice esta pregunta y concluí que, en teoría, las hay. Sin embargo, en la práctica, se requieren más medidas que ratifiquen la igualdad de derechos. Pienso en la golpiza matonesca que un grupo de policías perpetró contra un grupo de activistas en el verano, en “Besos contra la homofobia”. Puede que esté en desacuerdo con esta actividad (inútil a mi parecer), pero los que se besaron en esas gradas tenían todo el derecho de hacerlo, como todas las tardes hacen las parejas heterosexuales en el mismo lugar sin que nadie las eche. Pienso en Phillip Butters y sus amenazas en la radio, contra toda la comunidad LGTB, que están quedando en la impunidad. Dos ejemplos sonados y famosos de todo un sistema discriminatorio contra las personas que se enfrentan a él día a día, en la cotidianidad, sin obtener justicia.

En ese sentido, Susana Villarán es una política valiente. Pocas veces he conocido a un político que tenga los cojones para poner en agenda este tema y llevar sus principios (que también están consagrados por todas las organizaciones derechohumanistas del mundo) hasta las últimas consecuencias. Este país está lleno de pacatos e hipócritas. Creo que son pocas las veces que aparecen políticos controvertidos y valientes como Villarán, y menos veces todavía los políticos que se compran el pleito de esta comunidad. Definitivamente es una medida chocante para las mentes cucufatas y ultraconservadoras de personas que no tienen ningún argumento real, que confunden sus creencias religiosas fundamentalistas con peligros reales. Esta reacción tan enérgica de los grupos religiosos conservadores (con marcha incluida) es un problema que en realidad debimos enfrentar hace mucho tiempo. Ni las patéticas e inútiles Marchas del Orgullo Gay (con tantas ediciones anuales infructíferas), ni las besadas y demás ridiculeces, nada ha tenido tanto impacto como la propuesta en el marco legal de esta ordenanza. Los conservadores actúan, tienen miedo de perder su poder para seguir esparciendo su ideología (sí, ellos también la tienen), por primera vez hay un hecho concreto que puede conducir a un gran empoderamiento de la comunidad LGTB. Espero que con estas señas evidentes los “activistas” entiendan cuál es el rumbo que debe tener la lucha por la igualdad: leyes, ordenanzas, derechos.

A los fundamentalistas religiosos les diría que escudarse en sus hijos para ver peligro en esa ordenanza es una bajeza. Y lo es porque dicho peligro no existe. Un homosexual o una lesbiana es tan humano (con sus errores y aciertos) como un heterosexual. Las orientaciones sexuales no heterosexuales no son patologías, la Organización Mundial de la Salud hace mucho tiempo lo confirmó. Ni siquiera es peligroso “por contagio”. Nadie se hace gay por mirar a un gay. Nadie se hace gay por tener un amigo gay. Puedo ser extremo y plantear la situación más chocante: ni siquiera un niño abusado por un hombre mayor es un candidato seguro a la homosexualidad. Y si no lo es una persona abusada, mucho menos alguien que no tuvo esa experiencia. Y si hablamos de los abusos contra niños (que algunos grupos han sugerido cobardemente), deberían mirar hacia otro lado (las estadísticas): el mayor índice de abusadores de niños está entre los hombres heterosexuales (tíos, primos, padres con esposas e hijos). En realidad, los fundamentalistas religiosos deberían preocuparse de explicarles (y cuidar) a sus hijos de los curas y pastores pedófilos, que son el verdadero peligro. Y también deberían estar advertidos de todos esos pastores y religiones que despluman a sus fieles.

Cierro este post invocando más acciones concretas (legales) de parte de los que han asumido (libremente) la representación de la comunidad. ¿Para qué gastar tiempo y energía en actividades inútiles como la Marcha del Orgullo? El futuro está en las leyes, ordenanzas y derechos.

Recomiendo leer este post sobre el tema (que incluye la ordenanza).

¿Por qué a los homosexuales les gustan los uniformados?

12 julio, 2011

Es cada vez más notorio el fetiche que policías y militares (aunque también bomberos y curas) generan y han generado en el imaginario de un considerable sector de homosexuales. Se crean páginas y grupos en las principales redes sociales gay, se publican anuncios, se ofrecen servicios sexuales, arrebatados se internan en cines porno insalubres y de poca monta. Todo por los militares y los policías, o por algo que tienen ellos y, según la visión de estas personas, no tienen los civiles. ¿Por qué hay tanta fascinación por estas personas?

Básicamente se debe a que hay una oposición binaria de masculino-femenino. Es decir, el policía o militar representan el ideal de masculinidad (aunque la experiencia en muchas ocasiones lo ponga en duda) y el homosexual, lo contrario. Si el policía o militar es el macho por excelencia, el homosexual se vuelve así la mujer femenina por excelencia. A muchos gays seguramente les costará admitir que, dentro de su inconsciente, funcionan como “la mujer” frente a los militares o policías. No debería alarmarlos tanto. Esta posición binarista suele invertirse, especialmente en los policías y militares homosexuales pasivos (que los hay), quizá porque la ideología que aprenden en sus instituciones radica en la total oposición entre masculino y femenino. De esa manera, si ellos asumen el rol pasivo, se tornan sujetos femeninos. Un ejemplo muy curioso fue posteado en el blog CineTauro hace unos meses, un relato titulado “De Rambo a Xiomara”, que actualmente ya no se puede conseguir porque el blog sencillamente fue redireccionado. En este relato, un militar en su primera experiencia como pasivo decide actuar como “una mujer”, su feminización llega al punto que le exige a su amante activo de turno que lo llame Xiomara. Es decir, una vez que accede a tener sexo con otro hombre, Rambo asume la posición binaria hombre-mujer, en la cual, como le toca hacer de pasivo, se vuelve Xiomara, una mujer tímida y recatada que disfruta la “masculinidad” de su hombre.

Pero este no es el caso más usual. Lo usual son los pasivos que les rinden culto a la masculinidad de los policías y militares (desde una posición femenina que a veces parece patológica, sobre todo cuando la excitación requiere necesariamente de un hombre uniformado). Y eso se da a través de los grupos que cuelgan videos y fotos de militares y de policías (aquí, aquí, aquí y aquí), robadas del Facebook y del Hi5 de sus víctimas, que ni siquiera sospechan que un montón de gays se hacen pajas a diario con sus fotos. De ahí que sea criticable la permisividad legal que permite Internet con respecto a la publicación y difusión de esas imágenes fuera de los perfiles. Es más, incluso hay una persona (que si no bordea, ya toca la patología) que tiene por afición filmar los culos y entrepiernas de los policías en uniforme, en las calles, y colgar los videos en YouTube. La pregunta es válida: ¿qué encarnan los militares y policías que los homosexuales les rinden un culto tan metódico y persistente? Nada en realidad: son personas como nosotros, con problemas, deseos, etc. Definitivamente el elemento que los caracteriza es externo, es un agregado: el uniforme. Sin uniforme no hay excitación. El uniforme representa que ellos pertenecen a ese grupo de “machos”, de aquellos que son hombres masculinos fuera de sospecha de cualquier feminidad. Estoy seguro de que un civil se pone un uniforme militar o policial, se toma una foto, la cuelga en esas redes y genera la misma excitación de los participantes que uno de verdad. Como diría un amigo: los efectivos son intercambiables, el uniforme no.

Estuve leyendo algunos de estos relatos sobre policías y militares. Uno que me llama la atención es “Mi tombo cajamarquino”, una especie de guía de cómo conseguir sexo con policías prácticamente en plena vía pública. Antes había tocado parcialmente el tema, en “¿Todo homosexual adora a un fascista?” (donde analizo una historia de un pasivo que es violado por un policía en un cine arequipeño). En este caso, me interesa resaltar cómo la construcción binaria macho-hembra funciona para construir la “estrategia de caza“ de policías.

Desde el inicio nos presentan al policía como “un pata alto de 180, blancón, grueso con unos brazotes”(un prototipo de “macho” que va a repetirse y reforzarse en todo el relato) y, sobre el narrador, que dice que “desde la primera vez que lo vi [al policía] me dije que tenía que hacerme suya”. Es evidente que el narrador se asume como un sujeto femenino en función del masculino al que quiere seducir. De hecho, el protagonista es la hembra que se ofrece al macho policía. Lo dice explícitamente: “una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre”: “yo me hice el asqueado cuando me hablaron de mujeres, en toda la conversa me había mostrado mas femenino de lo que soy, para que quede claro que me gusta la pinga de macho, sentirme hembrita. y de ahí entendió y me dijo “ah ya tu eres de esos” y le dije “si, te molesta?”. me dijo que normal pero que no conocía otros como yo”.

Podemos ver un extracto muy ilustrativo:

se saco la casaca, la camisa, tenia un pechazo, una cajaza, unos brazotes de tombo. yo me derretía. le acaricie todo su cuerpo, se lo bese como si fuera su esclava. le baje su pantalón y salió su arma: asu era gruesa, bien gruesa, aunque no larga, de tamaño normal. mas que sufí para mi. asi que le mame su pinga policial mientras escuchaba que bufaba como toro macho, primero la cabecita con la punta de mi lengua, en ese hueco de la cabeza de su pinga, se le puso grandaza, cabezona. me dijo “tu la mamas mejor que mi trampa” me empujo la cabeza duro para que la meta toda en mi boca. era gruesota como su cuerpo de tombo. me cogió de la nuca fuerte para que no me escape, me sentía ahogar, se me caian las lagrimas pero era riquísimo, me encantana que me haga asi, que me maltrate mi macho policia. entonces me solto y empece a engullirme ya no solo su cabeza también su tronco, era un saca-mete riquísimo, el me agarraba con sus manos duras, grandazas. me dijo que le mame bien sus bolazas duras. y luego me dijo “ya ponte en cuatro perrita” me puse el lubricante en el potito y el se puso el condon con retardante. me dijo “que rico culito que tienes por mi madre”. y sin piedad me la clavo todita de golpe, ayyyyy grite como hembrita, que rico dolorcito sentía y el empezó a bombearme duro, me decía “puta madre que rico culito tienes carajo, esta bien ajustadito” y me daba y daba bien duro en perrito y por momentos yo sentía que me iba a desvanecer, mi sueño de tener un macho policía dentro de mi era realidad, podía sentirme como su mujercita que le aguantaba su pinga de toro macho macho.

En esta cita es evidente que la oposición binaria macho(policía)-hembra(gay) sostiene la fantasía sexual del narrador; sin embargo, hay algo adicional que podría escaparse a simple vista. No es solo que el narrador y el policía asuman la feminización del pasivo, sino también que el maltrato físico y el dolor forman parte del placer o de la excitación. Sobre el tema del masoquismo en los homosexuales he escrito anteriormente (aquí y aquí) y en este relato parece cumplirse a cabalidad la idea del maltrato físico como constituyente de más excitación. El dolor (casi hasta el desmayo) viene después:

de ahí me hizo sentarme sobre tu pinga, dándole la espalda, asuuuuu, sentía que entraba hasta mis entrañas, mi culito estaba en llamas y el gozaba y gozaba. yo decía asu con machos bravos el castigo es mas rico, porque de ahí me puso piernas arriba, las cogió con sus brazos y empezó a descender en mi culo con su pinga apoyada en todo su cuerpo. yo me iba desmayar y el me decía “asi me gusta perrita, que te quejes como hembrita, aquí esta tu policía para hacerte gritar” y me empezó a agarrar mis tetillas y empezó a mamarlas como pezones, como tetitas, estaban duras. “asi me gusta putita” seguía hasta que ya no aguanto mas y se deslecho en mi cara.

En “Sobre los penes grandes” me pregunté si el dolor era un rasgo constitutivo de la homosexualidad. Ahora estoy más convencido que sí, pues la homosexualidad tiene como constituyente universal el sexo con otro hombre. En este sentido, el coito anal es, por definición (en el imaginario, no necesariamente en todas las prácticas), más doloroso que el vaginal. De ahí que se requieran cremas, anestesias, dilatadores y toda una gama de productos para aminorar la sensación de dolor. Entonces, si me preguntan si los homosexuales somos masoquistas, yo respondería que por definición sí lo somos (aunque tenemos la capacidad de revertir esa tendencia constitutiva). De ahí que ese culto hacia los militares (como prototipo de macho) sea tan frecuente y esconda la violencia y la marginación a la que estamos expuestos (y, por supuesto, la perpetúe). Parece, efectivamente, que cada vez más buscamos personas que representen no solo la masculinidad, sino la violencia contra nosotros mismos. ¿Acaso en el verano no fueron policías los que masacraron a los que se asistieron a “Besos contra la homofobia”? Personalmente no me he olvidado, algunos otros creo que sí. Cada uno saque sus conclusiones.

Si quieren revisar un par de relatos en los que la violencia se representa ya no solo en el agresor, sino también en el agredido (un masoquista), revisen este relato y su secuela.

P.D.: Escribí sobre uniformados también aquí.