Es cada vez más notorio el fetiche que policías y militares (aunque también bomberos y curas) generan y han generado en el imaginario de un considerable sector de homosexuales. Se crean páginas y grupos en las principales redes sociales gay, se publican anuncios, se ofrecen servicios sexuales, arrebatados se internan en cines porno insalubres y de poca monta. Todo por los militares y los policías, o por algo que tienen ellos y, según la visión de estas personas, no tienen los civiles. ¿Por qué hay tanta fascinación por estas personas?
Básicamente se debe a que hay una oposición binaria de masculino-femenino. Es decir, el policía o militar representan el ideal de masculinidad (aunque la experiencia en muchas ocasiones lo ponga en duda) y el homosexual, lo contrario. Si el policía o militar es el macho por excelencia, el homosexual se vuelve así la mujer femenina por excelencia. A muchos gays seguramente les costará admitir que, dentro de su inconsciente, funcionan como “la mujer” frente a los militares o policías. No debería alarmarlos tanto. Esta posición binarista suele invertirse, especialmente en los policías y militares homosexuales pasivos (que los hay), quizá porque la ideología que aprenden en sus instituciones radica en la total oposición entre masculino y femenino. De esa manera, si ellos asumen el rol pasivo, se tornan sujetos femeninos. Un ejemplo muy curioso fue posteado en el blog CineTauro hace unos meses, un relato titulado “De Rambo a Xiomara”, que actualmente ya no se puede conseguir porque el blog sencillamente fue redireccionado. En este relato, un militar en su primera experiencia como pasivo decide actuar como “una mujer”, su feminización llega al punto que le exige a su amante activo de turno que lo llame Xiomara. Es decir, una vez que accede a tener sexo con otro hombre, Rambo asume la posición binaria hombre-mujer, en la cual, como le toca hacer de pasivo, se vuelve Xiomara, una mujer tímida y recatada que disfruta la “masculinidad” de su hombre.
Pero este no es el caso más usual. Lo usual son los pasivos que les rinden culto a la masculinidad de los policías y militares (desde una posición femenina que a veces parece patológica, sobre todo cuando la excitación requiere necesariamente de un hombre uniformado). Y eso se da a través de los grupos que cuelgan videos y fotos de militares y de policías (aquí, aquí, aquí y aquí), robadas del Facebook y del Hi5 de sus víctimas, que ni siquiera sospechan que un montón de gays se hacen pajas a diario con sus fotos. De ahí que sea criticable la permisividad legal que permite Internet con respecto a la publicación y difusión de esas imágenes fuera de los perfiles. Es más, incluso hay una persona (que si no bordea, ya toca la patología) que tiene por afición filmar los culos y entrepiernas de los policías en uniforme, en las calles, y colgar los videos en YouTube. La pregunta es válida: ¿qué encarnan los militares y policías que los homosexuales les rinden un culto tan metódico y persistente? Nada en realidad: son personas como nosotros, con problemas, deseos, etc. Definitivamente el elemento que los caracteriza es externo, es un agregado: el uniforme. Sin uniforme no hay excitación. El uniforme representa que ellos pertenecen a ese grupo de “machos”, de aquellos que son hombres masculinos fuera de sospecha de cualquier feminidad. Estoy seguro de que un civil se pone un uniforme militar o policial, se toma una foto, la cuelga en esas redes y genera la misma excitación de los participantes que uno de verdad. Como diría un amigo: los efectivos son intercambiables, el uniforme no.
Estuve leyendo algunos de estos relatos sobre policías y militares. Uno que me llama la atención es “Mi tombo cajamarquino”, una especie de guía de cómo conseguir sexo con policías prácticamente en plena vía pública. Antes había tocado parcialmente el tema, en “¿Todo homosexual adora a un fascista?” (donde analizo una historia de un pasivo que es violado por un policía en un cine arequipeño). En este caso, me interesa resaltar cómo la construcción binaria macho-hembra funciona para construir la “estrategia de caza“ de policías.
Desde el inicio nos presentan al policía como “un pata alto de 180, blancón, grueso con unos brazotes”(un prototipo de “macho” que va a repetirse y reforzarse en todo el relato) y, sobre el narrador, que dice que “desde la primera vez que lo vi [al policía] me dije que tenía que hacerme suya”. Es evidente que el narrador se asume como un sujeto femenino en función del masculino al que quiere seducir. De hecho, el protagonista es la hembra que se ofrece al macho policía. Lo dice explícitamente: “una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre”: “yo me hice el asqueado cuando me hablaron de mujeres, en toda la conversa me había mostrado mas femenino de lo que soy, para que quede claro que me gusta la pinga de macho, sentirme hembrita. y de ahí entendió y me dijo “ah ya tu eres de esos” y le dije “si, te molesta?”. me dijo que normal pero que no conocía otros como yo”.
Podemos ver un extracto muy ilustrativo:
se saco la casaca, la camisa, tenia un pechazo, una cajaza, unos brazotes de tombo. yo me derretía. le acaricie todo su cuerpo, se lo bese como si fuera su esclava. le baje su pantalón y salió su arma: asu era gruesa, bien gruesa, aunque no larga, de tamaño normal. mas que sufí para mi. asi que le mame su pinga policial mientras escuchaba que bufaba como toro macho, primero la cabecita con la punta de mi lengua, en ese hueco de la cabeza de su pinga, se le puso grandaza, cabezona. me dijo “tu la mamas mejor que mi trampa” me empujo la cabeza duro para que la meta toda en mi boca. era gruesota como su cuerpo de tombo. me cogió de la nuca fuerte para que no me escape, me sentía ahogar, se me caian las lagrimas pero era riquísimo, me encantana que me haga asi, que me maltrate mi macho policia. entonces me solto y empece a engullirme ya no solo su cabeza también su tronco, era un saca-mete riquísimo, el me agarraba con sus manos duras, grandazas. me dijo que le mame bien sus bolazas duras. y luego me dijo “ya ponte en cuatro perrita” me puse el lubricante en el potito y el se puso el condon con retardante. me dijo “que rico culito que tienes por mi madre”. y sin piedad me la clavo todita de golpe, ayyyyy grite como hembrita, que rico dolorcito sentía y el empezó a bombearme duro, me decía “puta madre que rico culito tienes carajo, esta bien ajustadito” y me daba y daba bien duro en perrito y por momentos yo sentía que me iba a desvanecer, mi sueño de tener un macho policía dentro de mi era realidad, podía sentirme como su mujercita que le aguantaba su pinga de toro macho macho.
En esta cita es evidente que la oposición binaria macho(policía)-hembra(gay) sostiene la fantasía sexual del narrador; sin embargo, hay algo adicional que podría escaparse a simple vista. No es solo que el narrador y el policía asuman la feminización del pasivo, sino también que el maltrato físico y el dolor forman parte del placer o de la excitación. Sobre el tema del masoquismo en los homosexuales he escrito anteriormente (aquí y aquí) y en este relato parece cumplirse a cabalidad la idea del maltrato físico como constituyente de más excitación. El dolor (casi hasta el desmayo) viene después:
de ahí me hizo sentarme sobre tu pinga, dándole la espalda, asuuuuu, sentía que entraba hasta mis entrañas, mi culito estaba en llamas y el gozaba y gozaba. yo decía asu con machos bravos el castigo es mas rico, porque de ahí me puso piernas arriba, las cogió con sus brazos y empezó a descender en mi culo con su pinga apoyada en todo su cuerpo. yo me iba desmayar y el me decía “asi me gusta perrita, que te quejes como hembrita, aquí esta tu policía para hacerte gritar” y me empezó a agarrar mis tetillas y empezó a mamarlas como pezones, como tetitas, estaban duras. “asi me gusta putita” seguía hasta que ya no aguanto mas y se deslecho en mi cara.
En “Sobre los penes grandes” me pregunté si el dolor era un rasgo constitutivo de la homosexualidad. Ahora estoy más convencido que sí, pues la homosexualidad tiene como constituyente universal el sexo con otro hombre. En este sentido, el coito anal es, por definición (en el imaginario, no necesariamente en todas las prácticas), más doloroso que el vaginal. De ahí que se requieran cremas, anestesias, dilatadores y toda una gama de productos para aminorar la sensación de dolor. Entonces, si me preguntan si los homosexuales somos masoquistas, yo respondería que por definición sí lo somos (aunque tenemos la capacidad de revertir esa tendencia constitutiva). De ahí que ese culto hacia los militares (como prototipo de macho) sea tan frecuente y esconda la violencia y la marginación a la que estamos expuestos (y, por supuesto, la perpetúe). Parece, efectivamente, que cada vez más buscamos personas que representen no solo la masculinidad, sino la violencia contra nosotros mismos. ¿Acaso en el verano no fueron policías los que masacraron a los que se asistieron a “Besos contra la homofobia”? Personalmente no me he olvidado, algunos otros creo que sí. Cada uno saque sus conclusiones.
Si quieren revisar un par de relatos en los que la violencia se representa ya no solo en el agresor, sino también en el agredido (un masoquista), revisen este relato y su secuela.
P.D.: Escribí sobre uniformados también aquí.