Hace un tiempo una amiga me sugirió ver el cortometraje Matacabros, dirigido por José Fernández del Río y basado en un relato homónimo del escritor peruano Sergio Galarza. Si bien no he leído el relato, el corto me da suficientes elementos para plantear unas intuiciones sobre las dinámicas de la violencia homofóbica que existen y mutan en el imaginario de este país. Es recomendable que vean el cortometraje (aunque más parece mediometraje) que dura unos 25 minutos. La violencia no es tan explícita como podría sugerir el título (los que hemos visto las películas de Gaspar Noé ya estamos vacunados contra estas escenas) y, debido a que se trata de un trabajo universitario, hay algunas taras que en realidad no constituyen grandes problemas para un espectador promedio.
Lo primero que es fácilmente identificable en el corto es la división entre unos personajes que serán los principales y otros que serán secundarios en la historia. Si bien la violencia homofóbica está exacerbada (solo hay que reparar en los diálogos entre los cuatro personajes homofóbicos), Kurt (Marcello Rivera) y Polo (César Chirinos) van a ser los ejes de la lectura que se propone aquí. Me interesa especialmente la construcción de la identidad de Kurt: religioso (la escena de mortificación personal, aunque algo antojadiza, me hizo recordar a ciertos rituales del Opus Dei), abusado sexualmente (el descubrimiento final, la tara más grande de la película a mi gusto, surge como explicación en el pasado) y especialmente violento (repárese en la escena final como un remedo de alguna escena de Irreversible). Por otro lado, Polo es también un personaje interesante: aunque secretamente siente deseo sexual hacia los homosexuales, sublima ese deseo mediante la violencia, intenta machacar a golpes aquello que más bien existe dentro de sí.
Tal como explica Zizek a partir de su experiencia como soldado, en el discurso militar-policial y en el eclesiástico católico existe una homofobia tan marcada precisamente porque se trata de negar con violencia aquello que está dentro del grupo que lanza ese discurso, tal como lo dije en un post anterior. En resumidas cuentas, al igual que el discurso militar-policial y el eclesiástico católico, en esta película ambos personajes intentan negar y eliminar lo que no está afuera, sino dentro de sí mismos. Si en el discurso militar-policial oficial y en el eclesiástico católico esta homofobia virulenta se debe a que dentro de sus instituciones conviven hombres las veinticuatro horas del día, encerrados y lejos de las mujeres, en el corto sucede casi de la misma manera: un grupo de hombres demostrando su masculinidad (típica conducta competitiva) y ridiculizando la feminidad de sus víctimas (es interesante que no aparezcan mujeres en el corto). Hasta ese punto funcionan Kurt y Polo como las dos caras de la misma moneda. El deseo sexual de Polo hacia los homosexuales se desata cuando no es observado ni censurado por el grupo, salvo cuando aparece Kurt que representa el extremo de la violencia homofóbica, el lado censor. Esto podría funcionar incluso como una especie de metáfora de buena parte de las prácticas homosexuales: en la oscuridad e insalubridad del baño de un antro se desarrolla un tipo de sexualidad un tanto grotesca (“¿Te gusta fuerte?”) que, por supuesto, es negada cuando aparecen los agentes de la censura. De hecho, creo que hay una dinámica o deseo sexual homoerótico muy soterrado de Kurt hacia Polo, precisamente un rasgo que no se representa tan literalmente, pero que queda como una muy probable sospecha por su relación como primos (debemos recordar que el tema del incesto es uno de los intereses más notorios de los directores latinoamericanos actuales, como se puede apreciar en las películas de Lucrecia Martel).
A mi gusto que Polo funcione como un ‘traumado’ y que esa sea toda la explicación de su conducta anormal me parece decepcionante. Es decir, que, en resumidas cuentas, Kurt desee golpear homosexuales para ‘corregirlos’ como una especie de venganza por lo que le sucedió en el pasado me parece una salida muy fácil. Precisamente donde se podía ganar complejidad para la discusión es donde más hace falta. Sin esa escena final del abuso en la infancia podría explicarse incluso mejor cuáles son los discursos que condicionan su proceder homofóbico: el discurso eclesiástico (“perdona mis pecados de juventud”), el discurso machista y su soterrado deseo homoerótico hacia Polo, aquello que lo atormenta y solo puede sublimar golpeando homosexuales, tal como Polo hace. Pero podríamos explorar también cómo funciona esa corrección desde el discurso machista normalizar: existen solo dos maneras de ser sujeto (hombres y mujeres), cualquier otra posibilidad constituye una anormalidad que debe ser corregida-censurada brutalmente. Muy similar al discurso militar-policial y al eclesiástico católico más tradicional: el hombre debe ser ‘macho’ y la mujer prácticamente una segundona obediente.
También quisiera comentar un antecedente de estas escenas de violencia contra homosexuales. Por ejemplo, en No se lo digas a nadie, tanto en la película como en la novela, aparece una golpiza brutal hacia un travesti. En buena cuenta, este corto parece desarrollar un poco más a fondo la homofobia más violenta que ya se presentaba en la película de Lombardi y en la novela de Bayly. Precisamente creo que este tipo de escenas deben conseguir más espacio dentro de las representaciones nacionales. Hasta donde sé, el autor del relato se ganó algunos agravios de parte de ciertos organismos que dicen luchar por los derechos de las minorías sexuales. A mí francamente este tipo de censura me parece patética, ¿por qué censurar este tipo de representaciones tan reales con la pretensión de hacer creer que la sociedad actual funciona como un feliz jardín de niños donde el mero optimismo hará que la vida sea como la pintan los imbéciles libros de Paulo Coelho? Creo que este tipo de representaciones ayudan a los que tenemos ojos más críticos y no vemos victimización en todos lados, incluso donde no la hay. Por el contrario, este tipo de representaciones pueden ayudar a que conozcamos mejor al enemigo, saber cómo piensa, qué lo condiciona; y, así mismo, denunciar la violencia homofóbica como un camino absurdo y brutal.