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Uniformes y sotanas

19 noviembre, 2010

¿Alguna vez se han puesto a pensar en cuáles son las instituciones más virulentamente homofóbicas? La respuesta no es tan difícil: la Iglesia y las fuerzas policiales y militares.

En el caso de las fuerzas policiales y militares el homosexual es concebido como una especie de afeminado vicioso y débil que corrompe el ideal de macho alfa que ellos dicen representar. Sin embargo, si nos ponemos a pensarlo un poco, ¿dónde se origina esta idea? No me estoy refiriendo, por cierto, al creciente número de efectivos homosexuales o bisexuales que se mueven dentro de chats y redes sociales. Sabemos muy bien que un uniforme, un matrimonio, una vocación eclesiástica o la mera paternidad no son sinónimo de heterosexualidad. Una vez más debemos fijarnos en el discurso y desarmarlo: ¿por qué enuncian este discurso las instituciones castrenses, policiales y eclesiásticas?

¿Cuáles han sido tradicionalmente los espacios aislados en donde han convivido hombres todo el tiempo sin mujeres alrededor? ¿Quiénes han comido, dormido, divertido y, en general, convivido todo el tiempo entre hombres? Ya tenemos la respuesta: los policías, los militares y los curas. ¿Esto tiene alguna relevancia? Claro que sí, sabemos muy bien que una convivencia exclusiva entre hombres genera una dinámica homoerótica: una tendencia a mirar con nuevos ojos el cuerpo masculino, ya no como aquello que se debe rechazar, en especial cuando el deseo sexual apremia.

Un amigo que hizo su residentado médico (serum) en una base militar en la sierra central me contó unas anécdotas. Una de las cosas que me contó, al ser el médico del lugar, era la severa vigilancia de los oficiales en la admisión de nuevos soldados. Según mi amigo, cualquier “sospechoso” de homosexualidad debía ser revisado por el médico. Seamos más concretos: uno de estos oficiales, dentro de su ignorancia, creía que mediante una inspección médica podía detectar quién era homosexual (pasivo). La pregunta es cómo podía detectar a los que podían hacer de activos y, sobre todo, por qué tanto control para una institución de hombres que no tienen, por esencia, inclinaciones homosexuales; es decir, que son “machos” heterosexuales y que siempre lo serán. En medio de la risa, le hice esa pregunta a mi amigo. Su respuesta fue directa: “Porque si se les escapa uno, adentro empiezan a cachárselo”. Y es por esta misma razón (que los soldados empezaran a cacharse entre sí) que los oficiales de la base implementaron el servicio de las “charlis”. Las charlis son prostitutas que atienden a toda la tropa por una módica suma que es descontada de la propina de los soldados. Ojo, esto es opcional.

Con los curas el asunto es muy similar. Conozco a algunos patas que antes de ser gays pasaron o quisieron pasar por el seminario. En las redes sociales hay muchos, encaletados, claro. A mis ojos no es algo incorrecto que un cura sea homosexual, pero de acuerdo con el discurso institucional de la Iglesia (Juan Luis Cipriani, por ejemplo) la homosexualidad es casi una abominación.

¿A qué llego con todo esto? Pues a una conclusión muy simple. La intensa e irracional homofobia de las instituciones militares y policiales, al igual que la postura oficial de la Iglesia, se debe a un temor por algo que está en casa, dentro de esas instituciones, no afuera. Los militares, policías y curas no son los opuestos absolutos de los homosexuales; por el contrario, la forma en que viven (encerrados, sin mujeres, conviviendo todo el tiempo, expuestos a situaciones homoeróticas, etc.) propician una tendencia homosexual más intensa que en cualquier otro ámbito (que en cualquier otra institución).  Vamos a decirlo más claro: las instituciones que más detestan a los homosexuales son las generan más condiciones propicias para situaciones homosexuales entre sus miembros.